miércoles, 27 de julio de 2016

Por qué no hay que dar nunca una bofetada o un cachete a un niño







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Es conocido el dicho popular que dice que “una bofetada a tiempo educa”. Los expertos en pedagogía destacan que un bofetón no deja de ser una reacción impulsiva ante un momento de frustración del adulto y es un acto que debe ser siempre evitado.

Durante muchos años ha existido la creencia de que una bofetada a tiempo es educativa. Sin embargo se desaconseja totalmente esta práctica: lograr mantener la calma es una victoria que dura siempre y aporta grandes beneficios a lo largo de la vida del niño. Por el contrario, sucumbir a la tentación de proporcionar un cachete al niño es una agresión, física y emocional, aunque algunos padres crean que no hacen daño.

En primer lugar, tienes que tener presente que, cuando un niño hace una rabieta, no lo hace por malicia o por hacer chantaje: no tiene tanto sentido de la estrategia como para pensar así. Simplemente, se frustra porque no tiene lo que quiere en ese momento. Aún no comprende que la vida no funciona precisamente así.

La bofetada no es útil

La frase de “una bofetada a tiempo” ha demostrado ser simplemente una justificación: un cachete nunca se planifica, es producto de una impotencia momentánea. Para empezar, no está muy claro qué quiere decir exactamente “a tiempo”. No es la actitud que presentamos de forma natural ante alguien que nos contradice, que se equivoca o que nos levanta la voz.

Tal y como señala la psicóloga clínica y especialista en psicopatología Olga F. Carmona, es una práctica que “debe extinguirse”. “Nuestra responsabilidad como profesionales, como padres y como seres humanos es trabajar para extinguir de nuestra cultura que cualquier forma de violencia sea válida”, explica, recordando que ya existen ejemplos de prácticas que estaban socialmente bien vistas y que en la actualidad se están erradicando.

Pero, más allá de las posibles valoraciones morales, la bofetada no funciona. No es útil, ya que, según la experta, “ninguna conducta cambia a través de la violencia”. Además, no hay que olvidar que un niño es más vulnerable que un adulto, y además, los padres son su referente natural. En vez de comprender la razón por la que hay que hacer las cosas, el niño actuará por miedo a la reprimenda, para evitar el castigo. Ello podría llevarle a no entender el sentido de sus acciones, y lo que es peor: pensar que es válido y utilizar la violencia, aunque sea sólo por medio de una bofetada, como acto legítimo en un futuro.

Es mucho más recomendable que los padres sean el modelo de conducta que pretenden ser, y ello implica evitar las pérdidas de control. De hecho, es muy frecuente que algunos padres se sientan mal después de haber proporcionado una bofetada a su hijo. En tal caso, en vez de justificarla, es mejor perdonarla y comprometerse (con uno mismo) a no repetirla. Así, los niños comprenderán con el paso del tiempo que están siendo educados desde la conciencia.

Según un estudio de la Academia Americana de Pediatría, las personas que fueron tratadas en su infancia con empujones, bofetadas o gritos, desarrollaron trastornos en la edad adulta. Con el tiempo, aquellos que recibieron un «cachete a tiempo» fueron más propensos (entre el 4 % y el 7 %) a conductas antisociales, dependencia emocional y paranoias.

Ello, por supuesto, no exime a la educación de tener que caracterizarse por la firmeza, pero esta nunca debe ser confundida con la agresión.


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