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Es conocido
el dicho popular que dice que “una bofetada a tiempo educa”. Los expertos en
pedagogía destacan que un bofetón no deja de ser una reacción impulsiva
ante un momento de frustración del adulto y es un
acto que debe ser siempre evitado.
Durante
muchos años ha existido la creencia de que una bofetada a tiempo es educativa.
Sin embargo se desaconseja totalmente esta práctica: lograr
mantener la calma es una victoria que dura siempre y aporta grandes
beneficios a lo largo de la vida del niño. Por el contrario, sucumbir a la
tentación de proporcionar un cachete al niño es una agresión, física y
emocional, aunque algunos padres crean que no hacen daño.
En primer
lugar, tienes que tener presente que, cuando un niño hace una rabieta,
no lo hace por malicia o por hacer chantaje: no tiene tanto sentido de la
estrategia como para pensar así. Simplemente, se
frustra porque no tiene lo que quiere en ese momento. Aún no
comprende que la vida no funciona precisamente así.
La bofetada no es útil
La frase de
“una bofetada a tiempo” ha demostrado ser simplemente una justificación: un
cachete nunca se planifica, es producto de una impotencia momentánea. Para
empezar, no está muy claro qué quiere decir exactamente “a tiempo”. No es la
actitud que presentamos de forma natural ante alguien que nos contradice, que
se equivoca o que nos levanta la voz.
Tal y como
señala la psicóloga clínica y especialista en psicopatología Olga F. Carmona,
es una práctica que “debe extinguirse”. “Nuestra responsabilidad como
profesionales, como padres y como seres humanos es trabajar para extinguir
de nuestra cultura que cualquier forma de violencia sea válida”, explica,
recordando que ya existen ejemplos de prácticas que estaban socialmente bien
vistas y que en la actualidad se están erradicando.
Pero, más
allá de las posibles valoraciones morales, la bofetada no funciona. No es
útil, ya que, según la experta, “ninguna conducta cambia a través de la
violencia”. Además, no hay que olvidar que un niño es más vulnerable que un
adulto, y además, los padres son su referente natural. En vez de comprender la
razón por la que hay que hacer las cosas, el niño actuará por miedo a la
reprimenda, para evitar el castigo. Ello podría llevarle a no entender el
sentido de sus acciones, y lo que es peor: pensar que es válido y utilizar la
violencia, aunque sea sólo por medio de una bofetada, como acto legítimo en un
futuro.
Es mucho más
recomendable que los padres sean el modelo de conducta que pretenden ser, y ello implica evitar las pérdidas
de control. De hecho, es muy frecuente que algunos padres se sientan mal
después de haber proporcionado una bofetada a su hijo. En tal caso, en vez de
justificarla, es mejor perdonarla y comprometerse (con uno mismo) a no
repetirla. Así, los niños comprenderán con el paso del tiempo que están siendo
educados desde la conciencia.
Según un
estudio de la Academia Americana de Pediatría, las personas que fueron
tratadas en su infancia con empujones, bofetadas o gritos, desarrollaron
trastornos en la edad adulta. Con el tiempo, aquellos que recibieron un
«cachete a tiempo» fueron más propensos (entre el 4 % y el 7 %) a conductas
antisociales, dependencia emocional y paranoias.
Ello, por
supuesto, no exime a la educación de tener que caracterizarse por la firmeza,
pero esta nunca debe ser confundida con la agresión.
Referencia
bibliográfica:
Lendoiro, G.
¿Por qué la bofetada a tiempo no es un
método educativo? ABC, familia.
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